lunes, 7 de marzo de 2011
Refuerza tu rendimiento intelectual con una buena alimentación
Lo que comemos influye en nuestro humor pero también en nuestro rendimiento intelectual. La memoria, la concentración y el aprendizaje son funciones cognitivas que pueden reforzarse a través de la comida. De la soja al pan, un repaso por los alimentos buenos para el cerebro.
Jean-Marie Bourre, miembro de la Academia Nacional de Medicina de Francia, subraya que hay cerca de cuarenta sustancias indispensables para el cerebro: 13 vitaminas, 15 minerales, los oligoelementos, 8 aminoácidos y, según la edad, entre 2 y 4 ácidos grasos. Todas ellas corresponden a una centena de alimentos diferentes los cuales comemos en no menos de diez días. Un resumen de las sustancias fundamentales para el fortalecimiento de las meninges.
Azúcar y más azúcar
El cerebro es un gran consumidor de energía, y su principal carburante es el azúcar, que no debe faltar. Los azúcares lentos (pastas, arroz..) son preferibles a los azúcares rápidos (los dulces) ya que permiten que el aporte de glúcidos al cerebro sea constante, mejorando el rendimiento. Antes de un examen o de un esfuerzo intelectual, no hay que dudar en comerse ¡un plato de espaguetis! Durante una prueba, una barra de cereales o de frutos secos puede ser útil. Tampoco hay que olvidar las proteínas, esenciales en la fabricación de hormonas, ni los lípidos, fundamentales para las paredes celulares.
Piensa en la vitamina B
En lo que concierne a las vitaminas, las fundamentales para las capacidades mentales son las que pertenecen al grupo B. La vitamina B9 (ácido fólico), en particular, permite evitar la fatiga intelectual. La encontramos en las nueces, los berros, el queso brie y la yema del huevo. La vitamina B1, por su parte, parece jugar un papel importante en la atención. Según un estudio, sería esencial tomarla en el desayuno para aumentar la capacidad de concentración durante todo el día. La vitamina B12, finalmente, permitiría un desarrollo intelectual armonioso durante la adolescencia.
Ojo con las carencias…
Los minerales no deben olvidarse: son capitales para el funcionamiento del organismo en general y para el del cerebro en particular. El hierro mantiene la memoria y permite el aprendizaje en la infancia. Su aporte lo recibimos a través de la carne. El yodo también juega un rol en las capacidades cognitivas, tanto en el niño como en el adulto. Lo encontramos en las algas, los pescados, los crustáceos, la soja, las judías verdes y los lácteos. Sin embargo, la función del fósforo como fortalecedor de la memoria no se ha comprobado…
¡Hay que beber!
Las pérdidas de agua son más o menos importantes según la actividad, la temperatura, etc. Sin embargo, la deshidratación, si llega a un determinado nivel, tiende a disminuir el volumen sanguíneo y puede reducir la cantidad de agua en el interior de las células. Y las células del cerebro son especialmente sensibles a este tipo de problema. Una pérdida de agua de más del dos por ciento de la masa corporal (es decir, más de ¼ de litro para una persona de 70 kilos) provoca un descenso en el rendimiento físico y puede afectar a los procesos mentales, por ejemplo a la capacidad de concentración. Por eso es fundamental beber al menos un litro y medio de agua al día, aunque no tengamos sed.
Un cortado para la materia gris
Para excitar las meninges, ¿té o café? En efecto, la cafeína aumenta ligeramente las capacidades cognitivas. Esta sustancia acelera la velocidad a la que el cerebro procesa la información. Muchos complementos alimenticios contienen vitaminas y cafeína. Pero esta combinación debe consumirse con moderación. En cambio, hay que evitar completamente los excitantes con alcohol. Las bebidas alcohólicas suelen ser enemigas de la memoria.
Evitar el Alzheimer
El contenido del plato puede evitar que enfermedades como el Alzheimer ataquen el cerebro. El consumo de soja, por ejemplo, tendría un efecto protector en las mujeres. Este fenómeno estaría relacionado con la presencia de isoflavonas, especie de hormonas vegetales femeninas.
Una carencia de ciertas vitaminas del grupo B, sobre todo la B9 y la B12, también estaría relacionada con el desarrollo de esta enfermedad. Y viceversa, un exceso de aluminio podría originar algunos de sus síntomas. De manera general, el desequilibrio alimenticio durante la infancia y la adolescencia podría tener un papel preponderante en la aparición de esta enfermedad.
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