“Mens sana in corpore sano" decían los antiguos latinos. Y tenían toda la razón. Varios estudios científicos han demostrado la importancia de la actividad física para el cerebro, la alimentación, etcétera. Ahora, además, nuevas investigaciones han certificado la repercusión del sedentarismo en la esperanza de vida.
“Nuestro estudio sugiere que el comportamiento sedentario es un factor de riesgo de mortalidad”. Así de tajantes se mostraban hace un par de años Annemarie Koster y sus colegas tras realizar una investigación sobre la incidencia de la actividad física en la esperanza de vida de las personas. El estudio, del que se hace eco Coca-Cola en su newsletter sobre nutrición y actividad física, analizaba a casi 2.000 personas de 50 años de Estados Unidos y comprobaba qué incidencia tenían sus hábitos en su fallecimiento más o menos prematuro.
Pero esta no es, ni mucho menos, la única investigación sobre el tema
llevada a cabo sobre la cantidad de calorías ingeridas, las dietas sanas y la cantidad
de calorías que hay que quemar. Según un estudio
realizado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Girona, la
actividad física moderada durante al menos media hora durante 5 días a la
semana, o incluso el ejercicio intenso durante al menos 20 minutos realizado 3
veces por semana, reducen casi un tercio el riesgo de mortalidad. A un
resultado similar llegaron los científicos de la Universidad de Texas en un estudio
publicado en The Lancet y en el que afirmaban
que “el ejercicio a niveles muy bajos reduce
las muertes por cualquier causa en un 14 por ciento".
Entonces, si se conocen los beneficios de la actividad física, las dietas
equilibradas y saludables, ¿cómo puede ser que cada vez seamos más sedentarios?
¿Somos más sedentarios que antes? ¿Qué ha provocado este cambio de conducta en
la sociedad? Como indicaba el Doctor Rafael Urrialde, responsable del área de
Salud y Nutrición de Coca-Cola Iberia, durante su intervención en el XIV
Seminario de Nutrición “Controversias, Debates y Avances en Nutrición” organizado
por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, “el incremento sustancial del sedentarismo y la inactividad física está
motivado por los cambios en los hábitos de vida de la población, tanto en los
patrones alimentarios como de actividad física, y el descenso en el gasto
energético en la vida cotidiana. Vivimos en un entorno que hace que las
personas sean inactivas porque, entre otros factores, las nuevas
tecnologías contribuyen a que todo resulte más fácil, moverse sea cada vez
menos necesario y además las actividades de ocio son cada vez más sedentarias”.
Y es que en realidad la alimentación y el ejercicio físico
van íntimamente ligados. Como demostró
recientemente un equipo de la Universidad de Harvard, el ejercicio
físico aumentaba la sensibilidad a ciertas señales de nuestro cuerpo, como la
saciedad, y modificaba las respuestas del placer frente a la comida.
Todo ello se traducía en una dieta más sana y equilibrada. Como explica
Miguel Alonso Alonso, coautor del estudio, "la actividad física parece tener una función facilitadora de conductas
alimentarias encaminadas al seguimiento de una dieta sana". Todo
ello ha elevado el deporte de un plano exclusivamente de ocio a un estadio
médico. De hecho, según el Urrialde, “una de las herramientas de salud pública
con mayor potencial para poner freno a la epidemia de la obesidad es la prevención
mediante la práctica habitual de actividad física”.
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